viernes, 17 de mayo de 2013

Testimonio de un soldado Conscripto del servicio militar obligatorio, promoción 1978 – 1981


Regimiento Carampangue, Fuerte Baquedano, Iquique, VI División de Ejército


En abril de 1978 fui llamado, al igual que miles de jóvenes más, a cumplir con el servicio militar obligatorio, bajo el  mandato de una ley.

Me presente en el Regimiento Maipo de Valparaíso, y lo primero que vi cuando estábamos formados, fue que algunos jóvenes que se notaban de “otra clase” y algunos universitarios, se sacaban el servicio militar, los instructores los apartaban  de las filas y los mandaban para sus casas. En ese momento mis compañeros y yo, nos dimos cuenta que el servicio militar no era obligatorio para todos, si no que sólo para algunos, que los únicos que haríamos el servicio militar éramos hijos de padres de clase baja, que vivíamos en poblaciones marginales, humildes, con escasos recursos, sin muchos estudios. Después de ser clasificados, nos dieron una lista de útiles de aseo personal y de ropa, la cual tendríamos que usar cuando llegáramos a nuestro destino, que era el norte de Chile.

Al día siguiente nos tuvimos que presentar nuevamente en el regimiento a las 08.00, nos empezaron a embarcar en los buses SIRTE del Ejército y ya en el interior del bus recibí mi primer puñete, todo porque el cabo instructor tenía frío en sus manos, y no encontró nada mejor que descargar un tremendo puñetazo en mi rostro, tenía yo en esos momentos 17 años de edad.
 
El viaje de Valparaíso a Iquique duro dos días y casi dos noches, lo único que nos dieron de comer en el viaje fueron dos panes con chancho y una bebida, no existen palabras y no puedo explicar el frío que sentí, el hambre que pasé en esos interminables dos días y dos noches de camino a nuestro destino, fueron terribles, imborrables, tanto así, que aún lo recuerdo como si fuera ayer.

Los buses eran muy antiguos y no contaban con calefacción, no corrían a más de 60 kilómetros por hora, por otra parte en los meses de abril la temperatura en la pampa es bajo cero, lo único que vestía era una camisa, un jersey y mis blue jeans. Los instructores que nos cuidaban en el bus, para quitarnos el frío y el hambre, nos pegaban los famosos parches rojos en el cuello, nos hacían “pagar” con flexiones de brazos y de pies, aparte de los puñetes que nos tiraban por donde llegara, las patadas en el poto, en la espalda, por donde fuera, los insultos, los garabatos.

Una vez que llegamos a nuestro destino, lo primero que vimos fueron a unos soldados armados, a los cuales solo se les veían sus ojos y sus dientes, era producto del sol, del frío de la pampa, que les tenía quemado y ennegrecido su rostro, nos bajaron de los buses a punta de golpes, combos, charchazos, manotazos, gritos, insultos, garabatos, no parecíamos seres humanos como nos trataban, nos formaron a punta de garabatos, golpes de puños, de pies, de palos y nos llevaron arreando igual que animales a una cuadra, donde nos pegaron y castigaron reiteradamente, luego nos dieron una cátedra de patriotismo y lealtad al ejército, lo malo que era el comunismo para nuestro país, lo perverso que eran sus lideres y seguidores y nos preguntaron si nuestros padres, familiares y amigos tenían algún tipo de contacto con esa ideología política.

Al día siguiente a punta de palos, garabatos, insultos y golpes de todo tipo, nos sacaron de la cuadra a formar para llevarnos al rancho a tomar desayuno, donde nos dieron una tacho de leche y un pan, que luego vomitamos por el aporreo que nos dieron de regreso a la cuadra, al rato después nos llevaron a la peluquería para cortarnos el pelo, nos preguntaros si alguno era peluquero o le pegaba algo a la cortada de pelo, si había algún voluntario, nadie salió, por la cual nos pasaron al azar, seis maquinas eléctricas de cortar pelo y nos pusimos a cortarnos el pelo entre nosotros mismos, me fue fácil cortarles el pelo a mis compañeros, ya que el corte era al cero.

A la hora del rancho fuimos a almorzar, fue la primera vez que comí porotos con gorgojo y pescado con escamas, el oficial de servicio riéndose nos preguntaba ¿esta rica la comida pelao?, le respondimos gritando si mi teniente, a esa altura comeríamos lo que fuera, ya que el hambre era insoportable, en mi casa jamás  había vivido algo así, éramos doce hermanos y a mis padres jamás les falto nada, nunca había comido una comida de mierda, como esa primera vez, en el ejercito conocí y supe del hambre, del frío, del miedo.

A los días después nos entregaron el “cargo”, tenida de combate, vestuario y equipo, que lo iban tirando a medida que íbamos pasando, al que le toca le toca, para que les digo las botas que me tocaron y los días que me demore en cambiarlas.

Pasaron los días y ya éramos reclutas, donde comenzó la instrucción de verdad, lo primero que conocimos fue el famoso CP, campo de prisioneros, donde fuimos torturados por una verdadera jauría de perros, porque eso eran los oficiales,    sub-oficiales y clases de mi compañía, tratare de explicar con mis palabras las torturas que practicaban con mis compañeros y conmigo, estos torturadores, que ahora con 53 años de edad, me doy cuenta que fueron delitos criminales, en contra de 126 jóvenes menores de edad, que no tenían y no contaban con ningún  tipo de amparo o protección y, que bajo el mandato de una ley, nos encontrábamos dentro de una unidad militar, siendo brutalmente castigados y torturados cuando nos instruían, porque según los instructores, esa era la instrucción que debíamos recibir.

Nos formaban a los 126 conscriptos, e hilera por la izquierda, pasábamos uno a uno por unos containers en donde estaban los clases esperándonos, nos obligaban a punta de golpes, gritos y garabatos a comer gusanos, tripas de perros muertos, hediondos, descompuestos, putrefactos, el olor, la desesperación, el miedo, el dolor, el espanto, el vómito, el llanto, eran uno solo, la sensación de soledad, de desamparo, llevó a muchos a suicidarse.

Nos tiraban bombas lacrimógenas dentro de los containers, teníamos que aguantar 4 minutos, si no alcanzábamos nos tiraban al piso, nos ponían una bolsa de genero en la cabeza y nos tiraban agua con un bidón a la altura de la boca, para que no pudiéramos respirar, nos mojaban el cuerpo y nos ponían sacos mojados en la espaldas, nos pegaban palos hasta prácticamente desmayarnos de dolor, nos amarraban con alambre de púas y nos arrastraban para ver cuanto aguantábamos, nos mojaban y nos ponían el famoso teléfono de magneto en los testículos, nos hacían el famoso tango apache, que era pasar a paso del enano por las duchas, desnudos mientras nos llovían los palos por cualquier parte, nos metían en un hoyo de unos 6 metros, tiraban bombas lacrimógenas y disparaban con una ametralladora por encima del hoyo, nadie tenia que sacar la cabeza de lo contrario moriría, una de las instrucciones favoritas de los clases era el famoso asalto a la cuadra, el que practicaban los viernes por la noche, cuando llegaban borrachos, a eso de las 4 de la mañana del casino de sub-oficiales, se pintarrajeaban la cara, se vestían de blanco y con una pistola en la mano y un corvo en la otra se metían por las ventanas de la cuadra, mientras nosotros dormíamos, se tiraban encima de nuestras camas y nos practicaban todo tipo de torturas, en nuestros genitales, en nuestros cuerpos y nosotros sin poder defendernos, se escuchaban gritos desgarradores, el llanto de mis compañeros en las otras literas, gritando no mi cabo por favor, no me haga nada, si yo me porto bien, no diré nada a nadie, por favor mi cabo suélteme, pero que puede hacer un joven con una pistola en la cabeza y un corvo en su garganta, muchos fueron violados por estos conchas de su madre, eso y muchas cosas mas se escuchaban en esos famosos asaltos a la cuadra, al otro día nadie contaba nada, pero si esos valientes instructores nos amenazaban diciéndonos, “cuidado con hablar algo pelaos, el que grita muere.

Nos encontrábamos aislados a 55 kilómetros de Iquique, a varios kilómetros de Guara y Pozo Almonte, por lo cual quien se podría enterar, que era lo que estaba pasando, que estaban viviendo, que le estaban haciendo a estos jóvenes dentro del regimiento, además estábamos a miles de kilómetros de nuestros hogares, de nuestros padres, de nuestras familias, de su amparo, su protección, su defensa y seguridad, que para nosotros sus hijos es un derecho constitucional, al igual que para el estado es una obligación y un deber el cuidar, proteger, amparar a los menores de edad, tanto es así, que hasta el día de hoy no se puede tocar y menos impugnar a un menor de edad, donde además nuestros padres habían depositado la confianza, del cuidado, protección y amparo de sus hijos, al estado de Chile, ni el estado ni el ejército cumplieron su parte, traicionando a nuestros padres con su palabra empeñada de nuestro cuidado.

Después de 9 meses recién conocimos Iquique, estuvimos por 2 días en el campamento militar de Huaiquique, varios compañeros desertaron, jamás volvieron y jamás supimos de ellos, después los remplazaron con soldados de Arica.

Cuando regresamos al fuerte Baquedano los instructores cambiaron algunas de sus instrucciones, algunos días practicaban con nosotros la famosa revista de forro y cachete, nos formaban y la orden era “bajarse los pantalones, adelante tronco incline”, nos introducían el dedo en el ano para revisar que estuviéramos limpios, después nos hacían ponernos de pie y la orden era mostrarles el pene, echarnos hacia atrás el forro (prepucio), nos tocaban el pene, los testículos, para ver que estuvieran bien, nos hacían tocasiones, sin poder defendernos, sin tener a quién acudir, a quién pedir ayuda, estábamos solos, desamparados, a merced de estos valientes y valerosos instructores  del ejército chileno, que abusaban de menores de edad, simplemente  no podíamos defendernos, todos mis compañeros son fieles testigos de lo que aquí expongo.

Ni a los prisioneros de guerra, ni tampoco a los presos políticos de esa época se les sometió a estas prácticas, no recibieron estas torturas a las cuales nosotros fuimos expuestos, los jóvenes que fuimos obligados por la ley a realizar nuestro servicio militar obligatorio, fuimos torturados en forma reiterada, constante y permanente, la agresión, física, psicológica, los insultos, los golpes, la presión, fue parte de nuestra instrucción diaria, los conscriptos, cumpliendo el servicio militar obligatorio, fuimos brutalmente vejados por los oficiales y sub-oficiales del Carampangue entre el año 1978 y 1981.

Durante mi conscripción, se me descontó de mi pequeño sueldo peluquería y resulta que nosotros nos cortábamos el pelo, nos descontaban sastrería y nosotros cosíamos nuestros uniformes, nos descontaban útiles de aseo para la cuadra y nosotros lavábamos los pisos, nos descontaban útiles de escritorio y no teníamos oficina, nos descontaban útiles de aseo personal y nosotros los comprábamos con el dinero que nuestros padres nos enviaban, teníamos que hacer aportes para el casino de oficiales y sub-oficiales, todos ustedes los ex conscriptos lo saben, porque a todos nos paso igual, algunas promociones sufrimos esto y me imagino, que algunos sufrieron cosas mucho peores antes y después de mi conscripción, y que quede claro, que no soy un traidor ni a mi Patria ni a mi Bandera, por que yo cumplí con mi deber y con el mandato de la ley, fue el estado y la derecha económica de este país, quien no cumplió y traiciono a nuestros padres, en el cuidado y protección de sus hijos, al torturarnos dentro de las unidades militares, ya que las fuerzas armadas son instituciones permanentes del estado y es éste el que debe cuidar y velar con sus leyes, a sus ciudadanos, a sus jóvenes.

Soldado Conscripto, Regimiento Carampangue, Fuerte Baquedano, Iquique, 1978-1979.
Regimiento Ingenieros de Azapa, Arica, 1980-1981


 "Recuerden que no habrá nada que no 

podamos lograr, si luchamos juntos 

unidos"


Con un gran abrazo les saluda cordialmente


Fernando Mellado Galaz
Ingeniero en Administración de Empresas
Asesor Tributario Previsional
Ex Soldado Conscripto del año 1973
Presidente Nacional
Presidente Agrupación Santiago
Agrupación Nacional de Ex Soldados Conscriptos
del SMO período 1973-1990
agrupación.exconscriptos.chile@gmail.com
Celular Movistar (09) 332-5058