jueves, 14 de agosto de 2014

UN HALLAZGO QUE VALE LA PENA


Hace unos días se le rindió homenaje a uno de los pioneros de la televisión chilena, esa que no concebía ni la idiotez, ni la mediocridad, ni la farándula. 

Manuel Calvelo, uno de los pioneros, hizo uso de la palabra y dijo cosas que merece la pena escuchar, leer, aprender y no olvidar. Un pajarito nos envió el texto, que ofrecemos a nuestros lectores con mucho, muuuuucho placer.
tevito
Discurso de Manuel Calvelo en homenaje a Máximo Gedda
En primer término quiero agradecer a su familia que me pidió que participara en esta ocasión para decir unas palabras. También quiero agradecer a Solari y a Carmen Gloria, por dejarme volver a un lugar en el que inicié mi vida productiva en Chile. El tema que nos convoca es un tema conocido para mi familia. Mi padre fusilado, mi madre encarcelada por más de ocho años, hacen que esta reunión no sea insólita. En general, más que leer me gusta decir, pero sentí que podía olvidar alguna cosa que pienso importa y, por eso, escribí este documento.
MAXIMO ANTONIO GEDDA ORTIZ. Algunos lo conocíamos por Máximo, otros por Toño. De Gedda tenía la firmeza, el rigor, la constancia. De Ortiz el cariño, la solidaridad, la fraternidad.
Pero casi siempre, cuando hablamos de otro hablamos de nosotros mismos, en este caso de Carmen y de mí. ¿Cómo lo conocimos? Cuando Jorge Navarrete me pregunta a fines de 1967 que haría yo para poner en marcha una televisión nacional chilena que, además de serlo, fuera universal, multicultural, integradora, que informara sin sesgos, que educara bien y no maleducara, que recreara sin caer en lo chabacano, mi respuesta fue inmediata: seleccionaría un grupo, mitad hombres y mitad mujeres, de diversos orígenes, desde la matemática a la medicina, de la danza a la sociología, del periodismo a la agronomía; que fueran firmes, pero no sectarios; solidarios, pero no estúpidos; cultos, pero no ratones de biblioteca; de mirada amplia, pero no dispersa; capaces de trabajar en equipo, pero no ser borregos, y le pediría a Manuel Calvelo que les enseñara a hacer televisión.
La respuesta de Jorge fue inmediata: hagámoslo así. Y Máximo fue uno de los participantes en el Curso de Formación de los Realizadores cuya función sería la producción de los programas que Televisión Nacional de Chile requería. Finalizado el curso integré a Máximo a un equipo conformado por Paulina Fernández, Iris Fuentes, Máximo Gedda, María de la Luz Savagnac y René Schneider, lamentablemente perdido no hace mucho tiempo. Este equipo fue encargado de producir un documental cultural, de los primeros producidos en el país, orientado por Guillermo Blanco. Intelectual, escritor, persona de la cultura chilena, que en 1985, saliendo de una librería me encontré con gran alegría y me dio su tarjeta. Decía simplemente: Guillermo Blanco, Civil.
Creo que sabía con suficientes razones que es más fácil militarizar a un civil que civilizar a un militar, con las excepciones que, representadas por Pratts y Schneider, confirman la regla.
Sabía también que los ejércitos latinoamericanos son, en palabras de un teniente coronel argentino, “perros que ladran a los de fuera y muerden a los de dentro”.
El programa que nos pidió don Guillermo se titulaba “Una vez un Hombre” y en él no se hacía biografía, sino que se hablaba de lo que había de trascendente en el sujeto. Y así, desde Pablo Neruda hasta Juan XXIII, desde Lenin a Gandhi, desde Violeta Parra hasta Pedro Lobos, desde el Padre Hurtado hasta.... vimos el mundo como lo veía el poeta a través de su poesía, el “aggionarmento” de la iglesia a partir del Concilio, la modernización de un país arcaico, la resistencia pasiva, el rescate de la cultura popular, un sacerdote comprometido con los trabajadores... hasta que un fin de año hicimos Una Vez un Niño, para el cual Víctor Jara, musicalizador del programa, compuso la música que acompañaba el poema de Miguel Hernández, uno de los mejores poetas de lengua castellana del siglo XX, El Niño Yuntero.
Trabajábamos en equipo, sin especializarnos, aunque rotábamos la dirección de cámaras por orden alfabético. Pero, además, Máximo hacía otras tareas y se prestó a una especializada: cuidaba a nuestro hijo Roberto cuando Carmen y yo queríamos salir de noche y fue bautizado como el Tío Mamo por su lengua en proceso de aprendizaje. A veces en compañía de María de la Luz. Y un día, con avisos pero aún así repentino, nos llegó el vómito verde que se estaba volcando sobre Latinoamérica y que terminó plasmándose en el Plan Cóndor.
Y Máximo desapareció, sembrando dolor, pena, congoja, en todos los que lo querían, aún aquellos que no compartían sus ideas, y dejando a sus padres y hermanos con todas las dudas que significan “detenido-desaparecido” y privándonos de todos sus aportes: poesía, dibujo, música, textos, programas audiovisuales, y sobre todo presencia y fraternidad.
Todo desaparecido es un ejemplo de desinformación, de incomunicación, una carencia total de estar y hacer juntos, de “comunis fácere” y los medios masivos, mal llamados medios de comunicación social (¡como si pudiera haber una comunicación que no lo fuera! ya que cuando alguien comienza a hablar solo, requiere con urgencia tratamiento psiquiátrico), tendieron un manto de silencio o de mentiras e ignoraron a aquellos que no se plegaron servilmente, o a los que tuvieron que soportar para sobrevivir y a los que nada se puede reprochar.
Pero Máximo dejó muchas cosas y podemos imaginar que estaría haciendo hoy, a sus 66 años, si no hubiera sido asesinado por ese grupo de carniceros asquerosos que ejecutaron las políticas que les dictaron unos pocos desde fuera, y está documentado, y otros pocos desde dentro, y los conocemos a todos.
Estaría defendiendo a los pueblos originarios, en particular a los Mapuche, tan próximos a su tierra natal, para que se les devuelvan las tierras que legítimamente les pertenecen. Y a los colonos, que recibieron tierras sin saber que no eran de ellos, a aquellos que no corrieron lindes ni compraron notarios o jueces, para que se les indemnice por la estafa que sufrieron.
Así como apoyó al estado de Israel, estaría defendiendo el estado Palestino y protestando por la masacre sistemática de niños, so pretexto de defenderse de la agresión que Israel ha provocado.
Estaría defendiendo la equipotencialidad de hombres y mujeres y la igualdad de derechos con respeto por las diferencias, de sexo, tendencia sexual, color, raza, ideología, educación, ya que para él la diversidad era parte del patrimonio de la humanidad.
Estaría luchando para que las Universidades del Estado fueran financiadas por éste, con los impuestos de todos los chilenos, en lugar de facilitar ya no la ganancia legítima, sino el lucro y la usura, con gigantescas sumas de dinero que, en muchos casos se van al exterior.
Estaría combatiendo los fundamentalismos de toda laya, para facilitar la convivencia y el desarrollo de vínculos fraternos entre todos los seres humanos. Estaría apoyando a los dirigentes estudiantiles que, a despecho de su inexperiencia, son los que están poniendo en la mesa de diálogo los temas más candentes que enfrenta Chile.
Estaría demandando que esta llamada Constitución, realmente prostitución, fuera modificada para dar cabida a los derechos que han sido conculcados.
Estaría exigiendo, tal como se hizo en su época sin un solo voto en contra, que se nacionalice el cobre, para así tener los recursos que exigen la educación, la salud y la cultura de todos los chilenos.
Si estuviera trabajando en Televisión Nacional de Chile exigiría que su presupuesto viniera del Estado, ya que, de todas formas, son los chilenos los que la financian a través de los costos de la publicidad que son cargados a los productos.
Trabajaría para tener una televisión que sirva a los chilenos, que les hable de sus realidades, que emita El Diario de Agustín en horario preferencial, que destierre las tetas pornográficas y ponga en su lugar los senos que crían nuestros hijos, que deje de pagar sueldos insultantes y convoque a realizadores comprometidos con su sociedad más que con su salario.
Estas y muchas otras acciones, posiblemente calificadas de levantiscas, serían las que Máximo estaría realizando para sustraer el país de las manos de quienes de adueñaron de él a punta de bayonetas y de desaparecidos.
Y este libro, que es una parte de él, construido con el esfuerzo de sus hermanos, Carmen, Francisco, Manuel y Juan Carlos, es una forma de decirnos a nosotros que si nos informamos e informamos a otros, si nos comunicamos y el tema de nuestra comunicaciones Máximo, Máximo dejará de ser un “desaparecido” y seguirá viviendo con nosotros.

Juan Fernando Mellado Galaz
Ex Conscripto 1973
Escuela de Telecomunicaciones
Ingeniero en Administración de Empresas
Asesor Tributario Previsional
Presidente Nacional
Presidente Agrupación Santiago
Agrupación Nacional de Ex Soldados Conscriptos
del Servicio Militar Obligatorio (SMO) período 1973-1990
Email: agrupacion.exconscriptos.chile@gmail.com

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