lunes, 1 de junio de 2015

DEFENSA DE LA INSOLENCIA


El peor castigo de los conversos, es la obligación en la que caen de dar, día a día, pruebas de fidelidad a su nueva religión. La dignidad sufre, admitiendo que aún conserven alguna. Hay quién, entre los "compañeros", no soporta que POLITIKA haga el oficio del bufón: decir algunas verdades usando el humor y el sarcasmo. José Miguel Neira desenfunda su pluma y sale en defensa de una libertad fundamental.

bouffon

Una contribución a la defensa de la insolencia; expresión de una indignación transversal a nuestra época

La insolencia es preferible
a la indiferencia, porque es
testimonio evidente de un cuerpo
aún sensible, pensante e inadaptado
al culto irracional de la eficiencia,

a la insensibilidad de los robots.
José Miguel Neira Cisternas
Estimado Carlos,
No participo de aquella romántica idea –tan difundida– de Voltaire acerca de la necesidad de profesar heroicamente la tolerancia, cuando en su conocida sentencia señalaba que, aunque no comparte las ideas de alguien daría gustoso su vida por el derecho de aquél a exponerlas. Hay, secularmente, ideas que se han demostrado como definitivamente erróneas o de tan previsibles malas consecuencias para una inmensa mayoría de seres ignorados y sin opinión, que un altruismo de tipo volteriano resultaría por lo menos de una ingenuidad homicida.
Si tu actual postura política no te impide renegar totalmente del dispensario de ideas que compartiéramos como generación, la de esos adolescentes y jóvenes de finales de los sesenta y comienzo de los setenta, compartirás conmigo –espero– que si la historia es expresión de la lucha de clases, las ideas socialmente predominantes en cada época son las de las clases dominantes, por lo cual, lo característico no es sinónimo de la totalidad de sensaciones o creencias o reflexiones de los seres humanos que coexisten o sobreviven en cada estadio evolutivo.
Ya Ludwig Feuerbach, ese referente decimonónico de los jóvenes hegelianos de izquierda, expresó la diversidad ideológica resultante de su época con meridiana claridad al concluir, que “no se piensa igual desde un palacio que desde un rancho”, y para qué recurrir a otras conocidas digresiones como la del mito de la caverna de Platón o su más reciente recreación maoísta en aquel sapo que, desde el fondo del pozo observa la altura y cree que ese círculo celeste es todo el cielo.
Por cierto no puedo sustraerme a responder a tu desafiante invitación a continuar reenviándote algunos textos –incluidos los versos satíricos que motivan estas líneas–, aún en el entendido de que ellos y yo quedaremos sometidos, advertidamente, a tu demoledora crítica.
Las líneas introductorias tienen por ello el propósito mnemotécnico de recordar que las desafiantes trasgresiones al orden establecido –sean con un propósito consciente de transformaciones o como resultado de una impulsiva e inconsciente rebeldía juvenil–, lejos de ser debidamente comprendidas o tomadas en cuenta, han tenido en suerte de ser descalificadas y perseguidas a lo largo de la historia, o en el mejor de los casos, asumidas reaccionariamente como un real desafío sólo cuando las posibilidades de conjurar el problema se han vuelto remotas y los recursos para su solución real resultan francamente insuficientes, lo cual restituye, multiplica y fortalece la antes desechada crítica de los rebeldes a la obsolescencia del modelo societal cuestionado.
De modo que si la insolencia no es la partera de la historia y la lucha de clases, como marco de análisis y práctica dejó de estar de moda, la primera actitud, debería ser reconocida al menos como palmaria evidencia de un malestar que, buscando hacerse oír, finalmente fuerza a prontas correcciones.
Insolentes fuimos nosotros, por ejemplo, cuando en el marco de una sociedad con tal vez menores recursos económicos pero con mayores niveles de expectativas de transformación que la actual, exigíamos “Universidad para todos” o cuando, como expresión de solidaridad antiimperialista con el Vietnam heroico, rechazábamos, mediante multitudinarias marchas y a punta de pedradas frente a la embajada estadounidense, la visita a Chile de Nelson Rockefeller en 1969.
Insolentes éramos también cuando participábamos del rechazo al proyecto de posibilitar el cumplimiento del servicio militar obligatorio durante el período escolar, pretendido por la administración de Frei Montalva, o cuando participábamos directamente en las tomas de terreno que protagonizaban las familias sin casa y, como complemento ineludible, apoyábamos en sus necesidades sanitarias y de esparcimiento cultural a los campamentos surgidos de aquellas desafiantes acciones, protagonizadas por el mundo popular.
Insolentes resultaban también nuestras consignas y proyectos fundacionales de una nueva sociedad para los defensores de la democracia burguesa que cuestionábamos y pretendíamos suplantar por una “república democrática de trabajadores”, tal como hoy les incomodan los esfuerzos y esperanzas de quienes aspiramos a instalar una Asamblea Nacional Constituyente a quienes mucho hablan de democracia pero, temerosos de la inefectividad de sus argumentos ante los representantes de un espectro social que supere al corrupto segmento parlamentario, optan por intentar evitar el debate y descalifican como populista –ese es el anatema en boga–, cualquier esfuerzo por generar una carta fundamental legitimada ciudadanamente a partir de un plebiscito.
Insolentes y propositivos eran los debates, los afiches o las canciones que marcaron los sesenta, esa época que paría esperanzas supranacionales y en que, atentos a que no cayera el porvenir, vivíamos con la pletórica sensación de que hacíamos historia.
Vino la dictadura y asesinando a tantos de los nuestros, no entendió que enterraba fértiles semillas que brotaban aún más insolentes en las organizaciones de pobladores, de familiares de detenidos desaparecidos, de ejecutados, en colectivos culturales y en sus insolentes propuestas murales o poéticas, en el teatro simbólico y con doble lectura de Imagen e Ictus o el humor político de Hervi, Guillo, Palomo y tantos otros que contribuyeron a fortalecer la esperanza transversal de derrotar a la dictadura pinochetista.
Por insolentes los esbirros apresaron y se ensañaron en la tortura de artistas comprometidos como Ángel Parra o Patricio Guzmán, y llegaron hasta el asesinato en el caso de Víctor Jara, Gastón Vidaurrázaga, Santiago Nattino o José Carrasco, y es que el arte posee raíces que lo vuelven expresión vital, testimonio sincero, creativo y autorregenerativo del sentir de los que buscan afanosa y generosamente – en el decir de Unamuno– “una verdad para compartir”.
En este sentido es que bien vale recordar que desde sus orígenes, de mano en mano o en “la literatura de cordel”, nuestra Lira Popular nació sentenciosa, y mucho antes de que hubiera terreno abonado para partidos populares o se publicaran compilaciones como la “Poesía ácrata” de P. Solís Rojas en El Ateneo Obrero (1909), el “Cancionero revolucionario” de Luís A. Jara (1916) y el de Triviño (1925) o en diarios populares a comienzos de dicho siglo como “La campaña” o “La protesta”.
Citemos como un ejemplo conocido, que el poema “La Pampa” del cigarrero Francisco Pezoa –convertido luego de la migración de anarquistas a Iquique en 1904, en periodista, dirigente laboral y gran expositor de temas filosóficos y económicos–, circuló de boca en boca desde 1908, con la adaptación musical de una habanera llamada “La Ausencia”, sesenta años antes de que Quilapayún grabara en 1969, una versión reducida a la mitad de sus estrofas intercaladas, con el título de “Canto a la pampa”.
Canción valiente e insolente porque desafiaba al olvido institucionalizado, pretendiendo mantener latente el recuerdo de una de las más cruentas masacres de trabajadores de nuestra historia, un baldón que la élite, oficialmente, trató de sepultar y que incomodaba a los partidos históricos cómplices del fallido encubrimiento, tal como hoy, de manera coludida, la prensa y la televisión empresarial, la derecha y la Nueva Mayoría, evitan referirse a la huelga de hambre que protagonizan los ex detenidos políticos de la dictadura militar que, insolentemente, o sea de manera valiente logran, a pesar de ello, sensibilizar conciencias más allá de nuestras fronteras, al punto que la Presidenta Bachelet recibe una carta –que no sabemos si ha contestado– nada menos que de un insolente de nivel internacional como Noam Chomsky, quien le recuerda que las demandas de reparación que la república de Chile debe a quienes ofrecieron su vida a cambio de pensiones de sobrevivencia, “no han sido resueltas de manera satisfactoria” a lo largo “del cuarto de siglo transcurrido tras la recuperación de la democracia”, por lo que le dice, “evite poner en riesgo sus preciosas vidas, que deben ser honradas y respetadas”.
Es evidente que la actitud constante de ceder para consensuar es la responsable del descrédito en que se encuentran unas dirigencias políticas deslegitimadas y unos liderazgos en verdad inexistentes.
La aparente amnesia entre quienes administran en provecho propio, el modelo que por mandato popular debían transformar, es el resultado de una opción oportunista que ha desvirtuado todas las matrices y símbolos que aunaran los esfuerzos de antaño: comunistas que, asignados al Ministerio de Trabajo y Previsión Social, no se hacen cargo de buscar una solución a la desprotección laboral de los trabajadores de ARCIS.
Socialistas y comunistas que muy lejos del latinoamericanismo y del internacionalismo proletario de sus fundadores, se alinean chauvinistamente con el Estado Nacional, para justificar y defender el despojo imperialista que el Estado oligárquico de Chile perpetrara contra la saqueada nación boliviana en la guerra del salitre.
Izquierdistas que se niegan a dialogar de verdad para tomar en digna consideración a sus ex camaradas del Colegio de Profesores, respecto de su agobiante desempeño, de la postergada desmunicipalización de la enseñanza o la impaga deuda histórica que, como daño previsional los condena a jubilaciones terroríficas después de haber creado conciencia ciudadana y haber jalonado heroicas luchas que determinaron el asesinato de más de cincuenta de sus profesionales en los años de la dictadura, ex revolucionarios que trabajan de lobbystas para beneficio de empresas corruptoras vinculadas a la privatización de la política.
Nuestros muertos nos reclaman una consecuencia política que los miembros de “Expansiva”, “Imaginación”, “Nueva Izquierda” o “Nueva Mayoría” hace tiempo desecharon, pero su aparente olvido también está lleno de incómodas memorias, como la de Radomiro Tomic cuando hace más de cuarenta años decía que “…cuando se va con la derecha, es siempre la derecha la que gana”.
Como nosotros tenemos buena convivencia con nuestros fantasmas, podemos recordarles a los “fariseos de los muros blanqueados” que, históricamente, la falta de horizontes políticos verdaderamente transformadores transforma –más allá de la ineficacia de los discursos autoritarios que apelan a la disciplina partidaria–, a las conductas levemente reformistas de los socialdemócratas, en frustración ciudadana, en alejamiento de los apoyos populares, es decir “el gobernar al día” se convierte en la mejor tramoya para la relegitimación y regresos triunfales de las derechas de cualquier tipo (autoritarias, tecnocráticas o populistas).
Como dice recientemente Mayol en un comentario publicado en “El mostrador”,“…Un reformista timorato siempre dará paso a conservadores osados”
Que los corruptores sean destinatarios de la insolencia de unos versos valientes o ridiculizados en las portadas de algún periódico irreverente, es poco castigo, como lo es también para aquellos corruptos que, en períodos eleccionarios, tienen a su vez el descaro de sintonizar transitoriamente con “el pueblo”, generando desvergonzadamente falsas expectativas de cambio, tras haberse dejado corromper por quienes mediante la violación sistemática de las leyes y los derechos humanos, privatizaron los recursos que eran patrimonio de todo un país, condenando a amplios sectores a unos niveles de precariedad y desigualdad, que ponen en entredicho cualquier esfuerzo de maquillaje comunicacional en favor de las virtudes del modelo neoliberal.
La violencia, insistamos una vez más, no emana de los jóvenes inexpertos, de unos prisioneros del alcohol o de las drogas famélicos de horizontes, de los cesantes eternos, de los sobrevivientes con trabajos inestables y sueldos precarios, de los que hicieron patria y pasaron a retiro, jubilando con pensiones de miseria; definitivamente ¡no!
Todo lo anterior no es otra cosa que el resultado violento de un sistema depredador de lo que fueran sus derechos esenciales, derechos hasta ahora no restituidos; es toda la violenta herencia institucionalizada y hasta ahora constitucionalmente protegida.
Así, los diferentes grados de violencia conductual que estos sectores ocasionalmente manifiestan, constituyen sólo una liberación parcial de la que acumulan y viven cotidianamente como integrantes de aquella “pobreza estructural” que, con uno que otro pequeño ajuste bien calculado para hacer frente a cada crisis cíclica, garantiza un crecimiento económico con alta rentabilidad y gobernabilidad sólo para el pequeño grupo de usufructuarios dueños de Chile y de sus “emergentes” asociados, coludidos en la defensa política de un sistema neoliberal nacido del crimen y que tiene como esencia y horizonte únicos el lucro.
Frente al actual panorama de deslegitimadas autoridades en un sistema político pseudo representativo, con partidos políticos con un padrón militante cada vez más cuestionado, y que no pasan de constituir una agencia de empleos para sus obsecuentes operadores, cabría señalar que no existe dilema moral entre una ética de principios y una ética de las oportunidades –bastante lucrativas– en el sentido de lo expuesto hace un siglo por Max Weber.
Por el contrario, los límites entre lo público y lo privado son claros y su aparente confusión es un axioma falso, un argumento perverso que cuando el delito se vuelve evidente, pretende confundir a los afectados bajándole el perfil para disfrazarlo de error, mientras se argumenta la necesidad de implementar una normativa y unas prácticas que al menos lo impidan a futuro, dado el principio de no retroactividad de la ley.
Mejor tarde que nunca, es cierto, pero tengamos en cuenta que el llamado Barómetro de la Política indica que en marzo del presente año, un 89% de los chilenos encuestados cree que el gobierno trabaja para sus intereses, o sea, estamos ad portas de que una parte importante del soslayado pueblo llegue a la misma conclusión que compartíamos nosotros, los insolentes, combativos y felices soñadores de hace cuarenta y tantos años: que el Estado capitalista, sobretodo en una sociedad excesivamente desigual, no pasa de ser una sociedad anónima.
Declaro no tener simpatías con posturas anarquistas, ni sintonía alguna con unas alambicadas explicaciones historiográficas a lo Salazar, justificadoras de cualquier acto violento cometido por parte del pueblo o en nombre de él, como expresión de un estado protorrevolucionario en fase de autogestión local.
Los sacerdotes de la violencia pseudorrevolucionaria, los iluminados vanguardistas que luchan por el pueblo pero sin él, anarquistas o no, son, por esa actitud y fuera de toda apelación a su extracción socioeconómica, pequeño-burgueses ilustrados que a lo largo de la historia, no han conseguido otro efecto que justificar la eficiente maquinaria represiva del Estado y debilitar las posibilidades de avance de los movimientos sociales en pos de sus propias demandas programáticas.
Un ejemplo terrible de la idea expuesta en nuestra historia más reciente; los vengadores de los asesinados pobladores de Puerto Montt (Vanguardia Organizada del Pueblo V.O.P.), al asesinar dos años después al ex Ministro del Interior de Eduardo Frei, el democristiano Edmundo Pérez Zújovic, sólo consiguieron impedir cualquier acuerdo entre el Presidente Allende y la opositora Democracia Cristiana que, unida a la derecha más tradicional, llevaban al país a un golpe de Estado. Digamos también que aquellos iluminados vengadores de la V.O.P. fueron, en parte, inductores indirectos de la bestial tortura y acribillamiento posterior de Víctor Jara por parte de sus carceleros, dado que el director teatral y cantautor martirizado, había compuesto cuatro años antes una canción insolente que hacía recaer en Pérez Zújovic la responsabilidad de aquella masacre de gente humilde (“Preguntas por Puerto Montt”), ganándose el odio de todos los reaccionarios.
Todo lo argumentado me lleva a sostener como pertinente tu actitud de descalificar a Jorge Lillo, quien escribe sin seudónimo, valientemente y sin remuneración alguna, sus décimas acerca de nuestra actualidad, en una revista electrónica independiente, sin financiamiento empresarial ni boletas ideológicamente falsas como “Politika”. Señalarlo como “un no se quién”, que escribe “como no lo haría ni siquiera un anarco”, revela un tufillo de intolerancia stalinista, una conducta propia de aquellos que históricamente han atacado con más virulencia a las oposiciones de izquierda que a los enemigos de clase.
Algo de recuerdo, Stalin asesinó a toda la “vieja guardia bolchevique” y luego a millones de sus supuestos partidarios en campos de concentración, tras ser calificados como “enemigos del pueblo”, “burgueses contrarrevolucionarios”, “agentes del nazismo” empleando metódicamente la censura y el terror, para consolidar un régimen totalitario altamente burocratizado, luego de lo cual, tras el fracaso político de la Tercera Internacional, sin oposición alguna y en nombre del realismo político el “gran organizador de derrotas” facilitaba durante dos años la incontrarrestable “Blitz Krieg” de Hitler, mediante el impresentable Pacto de no agresión germano soviético, firmado en agosto de 1939, que incluía como primer botín el reparto de la indefensa Polonia.
El malestar que me produce la mala defensa de lo indefendible, podría alargar demasiado este escrito pero, insisto, me parece patético defender como principios intransables de un sistema democrático la tolerancia y la inclusión, sin el complemento de una actitud, al menos comprensiva, respecto de la postura de aquellos que no han hecho del escalamiento una norma de vida y que denuncian la inmoralidad y falta de espesor cultural e intelectual de la casta gobernante.
Que denuncian la farandulización de la política, la desaparición de los canales de televisión universitaria (Luksic es el dueño principal del Canal 13, Piñera se ha comprado “La Red”, eliminando todo su equipo periodístico y posee raíces en “Chilevisión” ), la vulgaridad meramente distractora de una programación que homologa a la de Megavisión, canal fundado por el magnate y financista de la DINA Don Ricardo Claro, personaje corruptor reciclado por la derecha de la Concertación (que asistió masivamente a sus funerales).
Estoy con quienes denuncian el refugio en las drogas, el alcohol, el fútbol o en el fanatismo religioso de los marginados de la esperanza. Reconozcámoslo de una vez; es la Concertación la que redujo las potencialidades de la ciudadanía tras destinar el avisaje a la cadena de “El Mercurio”, asfixiando con ello aquellos medios sobrevivientes a la persecución dictatorial que habrían continuando fortaleciendo las reservas morales necesarias para acelerar el tranco.
Es la administración concertacionista la que empobreció aún más el currículum escolar al disminuir, progresivamente, las horas destinadas a la enseñanza de la geografía, en un país pletórico de catástrofes naturales, con trece climas y contrastados factores geológicos, hasta eliminar la Prueba de Historia y Geografía de Chile como requisito para el ingreso a los estudios universitarios.
Son sus ministros los que eliminaron ramos como Educación Cívica y Economía en tercero y cuarto de educación Media, o los que asignaron el eufemístico nombre de Lenguaje en reemplazo del preciso y necesario Castellano.
Los que hicieron optar por una de las tres ciencias naturales o por uno de los dos idiomas extranjeros que, sin apoyo de textos, se impartían hasta finales de los ochenta a estudiantes con mayor compromiso ciudadano que la actual mano de obra barata o los endeudados clientes de los universitutos que hoy egresan de una educación pública que aún era valorada por sus alumnos y apoderados hasta comienzos de los noventa, y que hoy es estigmatizada por quienes debieron fortalecerla y en cambio optaron por fortalecer la multiplicación de la particular subvencionada y la bancarización de la educación superior mediante el C.A.E. consolidando el antes criticado carácter subsidiario del Estado.
Después de todos estos atentados contra una buena convivencia nacional ¿esperaban acaso una actitud más propositiva por parte de una ciudadanía que no ha pasado de ser el blanco de sus experimentos? ¿No son estos nuevos sacerdotes del neoliberalismo principales responsables del empeoramiento de nuestra educación y de una violencia cada vez más difícil de contrarrestar?
Aquel santiaguino que espera cinco, diez o veinte minutos, sabiendo que viajará de pie, apretujado en un espacio maloliente para finalmente ver aparecer un bus del Transantiago repleto y que no le para ¿creerá en lo que dicen por televisión los administradores de la crisis, cuando señalan que el sistema público de transportes presenta mejoras?
Me despido insistiendo en el hecho de que no siendo los diseñadores de este indigesto escenario sino apenas sus indignados y a veces impotentes espectadores, puestos fuera de circulación por los que silenciaron las radios, las revistas culturales, la prensa opositora a la dictadura y el debate de la disidencia al interior de los partidos de izquierda apenas iniciada la transición a una democracia (que dista bastante de ser plena), y dado que no tenemos el poder de proteger al pueblo de todos sus representantes, debemos defender al menos el derecho de la revista “Politika” y de sus colaboradores a exponer satíricamente a éstos malos comediantes al juicio de los lectores.
Sólo me restaría pedir a todos los habitantes de nuestra “copia feliz del Edén”: incorporemos a nuestro organismo algunas dosis de sinceridad y humor, a fin de sobrevivir a esta no tan “Divina Comedia”.

José Miguel Neira Cisternas

Profesor de Estado en Historia y Geografía,
Magíster en Historia y Ciencias Sociales.



Juan Fernando Mellado Galaz
Ex Conscripto 1973
Escuela de Telecomunicaciones
Ingeniero en Administración de Empresas
Asesorías Tributarias Previsionales
Presidente Nacional Corporación para la
Integración de los Derechos Humanos 
del Servicio Militar Obligatorio
Email: agrupacion.exconscriptos.chile@gmail.com

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