lunes, 1 de junio de 2015

FEDERICO II Y EL MOLINERO



En todas las sociedades, siempre, hay una reserva moral que impide que los poderosos terminen por hundirlo todo... Pero hay que tener la voluntad de levantarse. Una parida en plan histórico de Luis Casado

Friedrich
Friedrich II "el Grande"

Friedrich II der Große y el molinero

Escribe Luis Casado

Federico II de Prusia, llamado “el Grande” (1712 – 1786), fue una suerte de arquetipo del déspota ilustrado. El tipo no carecía ni de valor ni de inteligencia, pero su desprecio por sus súbditos es legendario.
Las guerras que desató y en las cuales participó llenan volúmenes enteros en las bibliotecas, y se cuenta que seis de sus caballos murieron en combate mientras él les montaba. Digno heredero del espíritu prusiano de sus ancestros, era astuto, audaz, ambicioso, temerario y un pelín cabeza loca.
Los mal pensados decían “cabecita loca” porque, a pesar del cuidado que pusieron los prusianos para ocultar el hecho, Federico II era homosexual, lo que no fue obstáculo para que le reconociese como un gran militar.
En una ocasión, viendo a sus soldados agotados y poco convencidos de la oportunidad de lanzarse al ataque, les gritó en forma de reproche: “Hunde, wollt ihr ewig leben?” (“Perros, ¿quieren vivir eternamente?”). El tipo de menda que el ejército chileno reconoce como inspirador de sus eminentes cualidades guerreras…
Como quiera que sea, el propio Napoleón, que trapeó con Prusia invadiéndola un año sí y el otro también, le rindió un vibrante homenaje cuando visitó su tumba en Postdam en el año 1807. Dirigiéndose a sus oficiales, el Emperador declaró: “Señores, no estaríamos acá si él estuviese aquí”.
El lado ilustrado de Federico II le hizo ser un gran admirador de los filósofos franceses del Siglo de las Luces, y mantener una consistente correspondencia con, entre otros, Voltaire. Al mismo tiempo despreciaba a Shakespeare, y se cagaba en Goethe.
Federico II pensaba que él mismo y Catalina la Grande de Rusia eran dos gigantescos hijos de la chingada, pero que la soberana rusa (que como sabes en realidad era alemana) lograba entenderse mejor con el clero.
Si te cuento estos chascarros del rey de Prusia es porque por ahí tuvo que lidiar con un atorrante, un menos que nada que tuvo el coraje de parársele al frente y mandarlo a hacer puñetas. Así como lo lees.
Federico II quería agrandar sus dominios en Sans-Souci (¡no, no! no es el castillo de Sisí…), para lo cual le estorbaba un vecino molinero y por consiguiente le hizo una generosa oferta para comprarle su molino y el terreno.
El molinero le respondió que agradecía la oferta pero que ni su terreno ni el molino estaban en venta, añadiendo en voz baja que su majestad podía irse a pintar monos. Federico II –que no por nada era el rey– volvió a la carga doblando el monto de su primera oferta, complementándola con una clara amenaza: si no me vendes tu terreno, lo confisco y de paso te hago hacer un tour que incluirá las mejores prisiones del reino.
El molinero, sin arredrarse, le respondió orgullosamente que sus amenazas se las podía calzar allí donde estaba pensando, y agregó:
“¡Aún hay jueces en Berlín!”
La frase se hizo famosa, y se suele utilizar cada vez que un poder abusivo se ve confrontado a la dignidad de un poder judicial capaz de defender el derecho, sin importar la modestia del abusado.
Aunque no me creas eso existe, ha existido, y sin lugar a dudas existirá mientras haya hombres y mujeres conscientes de su calidad de seres humanos. No en todas partes, ni en todas las épocas, de acuerdo. En Chile sabemos del ignominioso comportamiento de la Justicia durante la dictadura, y de la lamentable sumisión de magistrados que en vez de columna vertebral tenían bisagras.
Pero las cosas cambian, no siempre para peor. En estos días aciagos para el Club privado que llaman Chile, Tchile o Shile según quién lo pronuncia, un manojillo de fiscales ha hecho retroceder el poder hasta ahora omnímodo de la corrupta costra política parasitaria.
Como ha quedado en evidencia, desde la mismísima Moneda se intentó ejercer presión sobre algunos altos funcionarios de no muy limpia trayectoria, para no hablar de algunos fiscales incómodos.
Lo que no hizo sino empeorar la deteriorada imagen de la caterva de impresentables que ha compartido el poder desde septiembre de 1973 hasta la fecha.
Sin embargo, no son los jueces los que deben dirimir el fondo del conflicto. El pueblo de Chile tiene que tomar el relevo, recuperar sus derechos de único soberano, y reconstruir la república atrozmente mutilada por 42 años de ignominia.
Los poderes ejecutivo y legislativo carecen de toda legitimidad, están sumergidos en un albañal cuyo hedor traspasó nuestras fronteras, y carece de las más elementales cualidades de probidad y moralidad exigibles de quienes ejercen una representación popular.
¡Aún hay jueces en Santiago! Pero no basta.
Habría que saber si aún hay un pueblo en Chile.

Juan Fernando Mellado Galaz
Ex Conscripto 1973
Escuela de Telecomunicaciones
Ingeniero en Administración de Empresas
Asesorías Tributarias Previsionales
Presidente Nacional Corporación para la
Integración de los Derechos Humanos 
del Servicio Militar Obligatorio
Email: agrupacion.exconscriptos.chile@gmail.com

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