Regimiento
Carampangue, Fuerte Baquedano, Iquique, VI División de Ejército
En abril de 1978 fui
llamado, al igual que miles de jóvenes más, a cumplir con el servicio
militar obligatorio, bajo el mandato de una ley.
Me presente en el
Regimiento Maipo de Valparaíso, y lo primero que vi cuando estábamos formados,
fue que algunos jóvenes que se notaban de “otra clase” y algunos universitarios,
se sacaban el servicio militar, los instructores los apartaban de las filas y los mandaban para sus casas. En
ese momento mis compañeros y yo, nos dimos cuenta que el servicio militar no
era obligatorio para todos, si no que sólo para algunos, que los únicos que
haríamos el servicio militar éramos hijos de padres de clase baja, que vivíamos
en poblaciones marginales, humildes, con escasos recursos, sin muchos estudios.
Después de ser clasificados, nos dieron una lista de útiles de aseo personal y
de ropa, la cual tendríamos que usar cuando llegáramos a nuestro destino, que
era el norte de Chile.
Al día siguiente nos tuvimos
que presentar nuevamente en el regimiento a las 08.00, nos empezaron a embarcar
en los buses SIRTE del Ejército y ya en el interior del bus recibí mi primer
puñete, todo porque el cabo instructor tenía frío en sus manos, y no encontró nada
mejor que descargar un tremendo puñetazo en mi rostro, tenía yo en esos
momentos 17 años de edad.
El viaje de Valparaíso
a Iquique duro dos días y casi dos noches, lo único que nos dieron de comer en
el viaje fueron dos panes con chancho y una bebida, no existen palabras y no puedo
explicar el frío que sentí, el hambre que pasé en esos interminables dos días y
dos noches de camino a nuestro destino, fueron terribles, imborrables, tanto
así, que aún lo recuerdo como si fuera ayer.
Los buses eran muy
antiguos y no contaban con calefacción, no corrían a más de 60 kilómetros por
hora, por otra parte en los meses de abril la temperatura en la pampa es bajo
cero, lo único que vestía era una camisa, un jersey y mis blue jeans. Los
instructores que nos cuidaban en el bus, para quitarnos el frío y el hambre,
nos pegaban los famosos parches rojos en el cuello, nos hacían “pagar” con flexiones
de brazos y de pies, aparte de los puñetes que nos tiraban por donde llegara,
las patadas en el poto, en la espalda, por donde fuera, los insultos, los
garabatos.
Una vez que llegamos
a nuestro destino, lo primero que vimos fueron a unos soldados armados, a los
cuales solo se les veían sus ojos y sus dientes, era producto del sol, del frío
de la pampa, que les tenía quemado y ennegrecido su rostro, nos bajaron de los
buses a punta de golpes, combos, charchazos, manotazos, gritos, insultos,
garabatos, no parecíamos seres humanos como nos trataban, nos formaron a punta
de garabatos, golpes de puños, de pies, de palos y nos llevaron arreando igual
que animales a una cuadra, donde nos pegaron y castigaron reiteradamente, luego
nos dieron una cátedra de patriotismo y lealtad al ejército, lo malo que era el
comunismo para nuestro país, lo perverso que eran sus lideres y seguidores y
nos preguntaron si nuestros padres, familiares y amigos tenían algún tipo de
contacto con esa ideología política.
Al día siguiente a punta
de palos, garabatos, insultos y golpes de todo tipo, nos sacaron de la cuadra a
formar para llevarnos al rancho a tomar desayuno, donde nos dieron una tacho de
leche y un pan, que luego vomitamos por el aporreo que nos dieron de regreso a
la cuadra, al rato después nos llevaron a la peluquería para cortarnos el pelo,
nos preguntaros si alguno era peluquero o le pegaba algo a la cortada de pelo, si
había algún voluntario, nadie salió, por la cual nos pasaron al azar, seis maquinas
eléctricas de cortar pelo y nos pusimos a cortarnos el pelo entre nosotros
mismos, me fue fácil cortarles el pelo a mis compañeros, ya que el corte era al
cero.
A la hora del rancho
fuimos a almorzar, fue la primera vez que comí porotos con gorgojo y pescado
con escamas, el oficial de servicio riéndose nos preguntaba ¿esta rica la
comida pelao?, le respondimos gritando si mi teniente, a esa altura comeríamos lo
que fuera, ya que el hambre era insoportable, en mi casa jamás había vivido algo así, éramos doce hermanos y
a mis padres jamás les falto nada, nunca había comido una comida de mierda,
como esa primera vez, en el ejercito conocí y supe del hambre, del frío, del
miedo.
A los días después
nos entregaron el “cargo”, tenida de combate, vestuario y equipo, que lo iban
tirando a medida que íbamos pasando, al que le toca le toca, para que les digo
las botas que me tocaron y los días que me demore en cambiarlas.
Pasaron los días y ya
éramos reclutas, donde comenzó la instrucción de verdad, lo primero que
conocimos fue el famoso CP, campo de prisioneros, donde fuimos torturados por
una verdadera jauría de perros, porque eso eran los oficiales, sub-oficiales y clases de mi compañía, tratare
de explicar con mis palabras las torturas que practicaban con mis compañeros y
conmigo, estos torturadores, que ahora con 53 años de edad, me doy cuenta que
fueron delitos criminales, en contra de 126 jóvenes menores de edad, que no
tenían y no contaban con ningún tipo de
amparo o protección y, que bajo el mandato de una ley, nos encontrábamos dentro
de una unidad militar, siendo brutalmente castigados y torturados cuando nos instruían,
porque según los instructores, esa era la instrucción que debíamos recibir.
Nos formaban a los
126 conscriptos, e hilera por la izquierda, pasábamos uno a uno por unos
containers en donde estaban los clases esperándonos, nos obligaban a punta de
golpes, gritos y garabatos a comer gusanos, tripas de perros muertos,
hediondos, descompuestos, putrefactos, el olor, la desesperación, el miedo, el
dolor, el espanto, el vómito, el llanto, eran uno solo, la sensación de soledad,
de desamparo, llevó a muchos a suicidarse.
Nos tiraban bombas lacrimógenas
dentro de los containers, teníamos que aguantar 4 minutos, si no alcanzábamos nos
tiraban al piso, nos ponían una bolsa de genero en la cabeza y nos tiraban agua
con un bidón a la altura de la boca, para que no pudiéramos respirar, nos
mojaban el cuerpo y nos ponían sacos mojados en la espaldas, nos pegaban palos
hasta prácticamente desmayarnos de dolor, nos amarraban con alambre de púas y
nos arrastraban para ver cuanto aguantábamos, nos mojaban y nos ponían el famoso
teléfono de magneto en los testículos, nos hacían el famoso tango apache, que
era pasar a paso del enano por las duchas, desnudos mientras nos llovían los
palos por cualquier parte, nos metían en un hoyo de unos 6 metros, tiraban
bombas lacrimógenas y disparaban con una ametralladora por encima del hoyo,
nadie tenia que sacar la cabeza de lo contrario moriría, una de las
instrucciones favoritas de los clases era el famoso asalto a la cuadra, el que practicaban
los viernes por la noche, cuando llegaban borrachos, a eso de las 4 de la
mañana del casino de sub-oficiales, se pintarrajeaban la cara, se vestían de
blanco y con una pistola en la mano y un corvo en la otra se metían por las
ventanas de la cuadra, mientras nosotros dormíamos, se tiraban encima de nuestras
camas y nos practicaban todo tipo de torturas, en nuestros genitales, en
nuestros cuerpos y nosotros sin poder defendernos, se escuchaban gritos
desgarradores, el llanto de mis compañeros en las otras literas, gritando no mi
cabo por favor, no me haga nada, si yo me porto bien, no diré nada a nadie, por
favor mi cabo suélteme, pero que puede hacer un joven con una pistola en la
cabeza y un corvo en su garganta, muchos fueron violados por estos conchas de su
madre, eso y muchas cosas mas se escuchaban en esos famosos asaltos a la
cuadra, al otro día nadie contaba nada, pero si esos valientes instructores nos
amenazaban diciéndonos, “cuidado con hablar algo pelaos, el que grita muere.
Nos encontrábamos
aislados a 55 kilómetros de Iquique, a varios kilómetros de Guara y Pozo Almonte,
por lo cual quien se podría enterar, que era lo que estaba pasando, que estaban
viviendo, que le estaban haciendo a estos jóvenes dentro del regimiento, además
estábamos a miles de kilómetros de nuestros hogares, de nuestros padres, de nuestras
familias, de su amparo, su protección, su defensa y seguridad, que para
nosotros sus hijos es un derecho constitucional, al igual que para el estado es
una obligación y un deber el cuidar, proteger, amparar a los menores de edad,
tanto es así, que hasta el día de hoy no se puede tocar y menos impugnar a un
menor de edad, donde además nuestros padres habían depositado la confianza, del
cuidado, protección y amparo de sus hijos, al estado de Chile, ni el estado ni
el ejército cumplieron su parte, traicionando a nuestros padres con su palabra
empeñada de nuestro cuidado.
Después de 9 meses
recién conocimos Iquique, estuvimos por 2 días en el campamento militar de Huaiquique,
varios compañeros desertaron, jamás volvieron y jamás supimos de ellos, después
los remplazaron con soldados de Arica.
Cuando regresamos al
fuerte Baquedano los instructores cambiaron algunas de sus instrucciones, algunos
días practicaban con nosotros la famosa revista de forro y cachete, nos formaban
y la orden era “bajarse los pantalones, adelante tronco incline”, nos introducían
el dedo en el ano para revisar que estuviéramos limpios, después nos hacían
ponernos de pie y la orden era mostrarles el pene, echarnos hacia atrás el
forro (prepucio), nos tocaban el pene, los testículos, para ver que estuvieran
bien, nos hacían tocasiones, sin poder defendernos, sin tener a quién acudir, a
quién pedir ayuda, estábamos solos, desamparados, a merced de estos valientes y
valerosos instructores del ejército chileno,
que abusaban de menores de edad, simplemente no podíamos defendernos, todos mis compañeros son
fieles testigos de lo que aquí expongo.
Ni a los prisioneros
de guerra, ni tampoco a los presos políticos de esa época se les sometió a
estas prácticas, no recibieron estas torturas a las cuales nosotros fuimos
expuestos, los jóvenes que fuimos obligados por la ley a realizar nuestro
servicio militar obligatorio, fuimos torturados en forma reiterada, constante y
permanente, la agresión, física, psicológica, los insultos, los golpes, la
presión, fue parte de nuestra instrucción diaria, los conscriptos, cumpliendo
el servicio militar obligatorio, fuimos brutalmente vejados por los oficiales y
sub-oficiales del Carampangue entre el año 1978 y 1981.
Durante mi
conscripción, se me descontó de mi pequeño sueldo peluquería y resulta que
nosotros nos cortábamos el pelo, nos descontaban sastrería y nosotros cosíamos
nuestros uniformes, nos descontaban útiles de aseo para la cuadra y nosotros lavábamos
los pisos, nos descontaban útiles de escritorio y no teníamos oficina, nos
descontaban útiles de aseo personal y nosotros los comprábamos con el dinero
que nuestros padres nos enviaban, teníamos que hacer aportes para el casino de
oficiales y sub-oficiales, todos ustedes los ex conscriptos lo saben, porque a
todos nos paso igual, algunas promociones sufrimos esto y me imagino, que
algunos sufrieron cosas mucho peores antes y después de mi conscripción, y que
quede claro, que no soy un traidor ni a mi Patria ni a mi Bandera, por que yo cumplí
con mi deber y con el mandato de la ley, fue el estado y la derecha económica
de este país, quien no cumplió y traiciono a nuestros padres, en el cuidado y protección
de sus hijos, al torturarnos dentro de las unidades militares, ya que las
fuerzas armadas son instituciones permanentes del estado y es éste el que debe
cuidar y velar con sus leyes, a sus ciudadanos, a sus jóvenes.
Soldado Conscripto, Regimiento
Carampangue, Fuerte Baquedano, Iquique, 1978-1979.
Regimiento Ingenieros
de Azapa, Arica, 1980-1981
"Recuerden que no habrá nada que no
podamos lograr, si luchamos juntos y
unidos"
unidos"
Con un gran abrazo les saluda cordialmente
Fernando Mellado Galaz
Ingeniero en Administración de Empresas
Asesor Tributario Previsional
Ex Soldado Conscripto del año 1973
Presidente Nacional
Presidente Agrupación Santiago
Agrupación Nacional de Ex Soldados Conscriptos
del SMO período 1973-1990
agrupación.exconscriptos.chile@gmail.com
Celular Movistar (09) 332-5058