sábado, 31 de enero de 2015

LA PASIÓN PIKETTY


Una cierta idolatría ha rodeado la figura de Thomas Piketty. Sobre todo entre quienes no le han leído. Luis Casado explica las razones que aconsejan leer sus libros, y muestra que si se le comprendiese... algunos adoradores cambiarían de opinión. Y entre quienes lo rechazan a priori... ¡también!
Piketty

La pasión Piketty

Escribe Luis Casado

En una entrevista publicada el 15 de enero, el periodista mapuche Pedro Cayuqueo cita al primer Rector de la Universidad de Chile: “Ya lo decía Andrés Bello a poco de arribar a Chile: ‘En este país no se lee’”. Cayuqueo agrega: “Desolador panorama que no ha cambiado mucho”.
Hace algunos días un columnista subrayó ese hecho, hablando precisamente de Thomas Piketty, economista que es el objeto de una curiosa y repentina pasiónchilensis.
En el curso de la campaña presidencial del 2009 participé en un debate en la Universidad de Los Andes. El tema propuesto fue el de la eventual necesidad de una reforma tributaria, sus alcances y características.
Mis dos contradictores eran –declaradamente– economistas, y representaban respectivamente las candidaturas de Frei y Piñera. Uno de ellos subrayó su calidad de Doctor en Economía de la Universidad de Columbia. Piñera le nombró luego en un alto cargo durante su presidencia. Ambos negaron con mucha convicción que fuese necesario modificar el régimen impositivo que era responsable del imparable crecimiento del país.
En mi intervención –en la que argumenté la necesidad de una profunda reforma tributaria– mencioné los trabajos de Thomas Piketty, más precisamente su obra “Les Hauts Revenus en France au XXe Siècle” cuya primera edición data del año 2001. Sorpresa. Los dos panelistas mencionados ignoraban hasta su existencia, aun cuando ese voluminoso trabajo gozaba ya de un reconocimiento planetario.
En realidad lo que me interesaba comentar era la conclusión de Piketty relativa a la curva de Kuznets, autor que intentó demostrar que la distribución de la riqueza es un producto natural del libre mercado.
Piketty afirma que el examen de todos los datos disponibles desmiente que se haya producido jamás, en ningún país, el fenómeno que el economista americano de origen ruso –premio Nobel de economía para más señas– describió gracias a la curva que lleva su nombre. Nueva sorpresa: mis contradictores nunca habían oído hablar de Simon Kuznets y aun menos de su curva en forma de “U” invertida que supone representar la distribución de la riqueza de un país a lo largo de un periodo más o menos prolongado de crecimiento: significativa concentración de la riqueza al principio, y una amplia distribución más tarde.
Tal parece que Pedro Cayuqueo, y sobre todo Andrés Bello, llevan razón. En este país no se lee.
Si el personal leyese, puede que la pasión Piketty perdiese de su intensidad en algunos sectores, y ganase fuerza en otros, no necesariamente los imaginables a priori.
Por ejemplo, Bachelet y los ministros que le hicieron risitas a Piketty en Santiago: si hubiesen leído su libro “Por una revolución fiscal” (enero 2011), hubiesen comprendido que entre lo que preconiza Piketty y la reformita que salió de la cocina de Andrés Zaldívar… media la distancia que hay entre Tocopilla y Alice Spring. Las sonrisitas se hubiesen congelado, los zigomáticos hubiesen perdido el entusiasmo.
Del mismo modo, el mohín como de oler mierda que exhibieron algunos eminentes miembros de la comunidad empresarial al oír el nombre de Piketty, pudiese transformarse en sonrisa si leyesen –y comprendiesen– algunas de las tesis del economista francés.
El estudio de series estadísticas extremadamente elaboradas, que cubren periodos significativos de un par de siglos, le permiten afirmar que la distribución del valor añadido entre el capital y el trabajo se ha mantenido persistentemente constante en el tiempo y en el espacio: un grupo de países desarrollados cuya legislación laboral y régimen impositivo difieren ampliamente.
Esa distribución, grosso modo dos tercios para el trabajo, y un tercio para el capital, no se modificó a pesar de que los economistas del siglo XIX hacían de la confrontación capital/trabajo el elemento central de la disputa por la riqueza creada. Y a pesar del desarrollo del sindicalismo y las luchas obreras.
De ahí a concluir que la lucha de clases, los movimientos sociales y el sindicalismo son perfectamente inútiles no hay sino un paso. Algo de eso hay en la prosa de Piketty, cuyas soluciones para reducir las desigualdades son eminentemente técnicas, son el producto de la cogitación de los expertos –él entre otros– y deben ser puestas en obra por la estructura política existente.
Se trata pues, de un análisis y de las consiguientes propuestas elaborados desde el sistema, en el sistema, con el sistema. Ya ves que hay razones de más para alegrarle el día a la CPC y a Libertad y Desarrollo.
Y no me digas que aquí estoy resumiendo un puñao: ya lo sé. Pero aquí no tengo el espacio para desarrollar las elucubraciones de Piketty sobre la elasticidad aplicada a la noción de la sustitución capital/trabajo, ni sus voladas sobre las teorías marginalistas que, en el largo plazo, muestran que la reducción del costo de la mano de obra termina por aumentar la parte del trabajo en la distribución de la riqueza creada.
John Maynard Keynes decía que en el largo plazo estaremos todos muertos, lo que dicho en otras palabras significa que al currante que tiene que pagar la escuela de sus hijos, la salud de sus padres, las mensualidades de la casa, y hasta los consumos más elementales a crédito… el largo plazo le importa un soberano cuesco.
Es un horror que la masa de asalariados no pueda conformarse con soluciones cuyos resultados se verán –sí, sí, visto que lo dicen los economistas– dentro de medio siglo o un poquillo más.
En fin, todo esto para decirte que merece la pena leer a Piketty.
Pero hoy, en el hospital en que acompaño a mi hija –día y noche turnándome con su madre– la penosa prosa de los economistas, y peor aún, sus intragables construcciones conceptuales que sirven sobre todo para esconder su ausencia de ideas, me salía por las narices.
Así es que pasé un momento extremadamente agradable leyendo a Voltaire. Sus novelas Cándido y El Ingenuo. Su lectura no sólo me levantó el ánimo, me hizo reír y me enseñó muchas cosas, sino que me hizo comprender el genio del hombre que descansa hoy en el Panteón, el templo de la República.
Monsieur Arouet… Mon chapeux bas… très bas… (Monsieur Arouet ... Mi forma de campana bajo ... bajo ...)

Juan Fernando Mellado Galaz
Ex Conscripto 1973
Escuela de Telecomunicaciones
Ingeniero en Administración de Empresas
Asesor Tributario Previsional
Presidente Nacional Corporación para la
Integración de los Derechos Humanos 
del Servicio Militar Obligatorio
Email: agrupacion.exconscriptos.chile@gmail.com

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